LA PERSPECTIVA DE GÉNERO EN LA ECONOMÍA DE LA SALUD
El concepto de género tiene un alcance mucho más amplio que el de sexo. Alejándose de la biología y de la inevitabilidad que la acompaña, esta noción permite considerar las diferencias, pero sobre todo las desigualdades, entre hombres y mujeres para poder pensar en el cambio.
Adoptar un enfoque de género en la formación de profesionales de la salud significa, por lo tanto, dar a los educandos los medios para identificar las necesidades específicas de hombres y mujeres en términos de salud, pero también para estar más atentos a las dinámicas sociales involucradas en las relaciones entre estos dos grupos. Ofrecer a los formadores “gafas de género” (Bem, 1993) que les permitan ver de otra manera su práctica profesional y sus proyectos educativos
La división en el mundo del trabajo, responde a uno de los “grandes “principios”, que existen “trabajos de hombres y trabajos de mujeres”. A esto se agrega otro principio, el referente a la jerarquía, según el cual un trabajo de hombre “vale más” que el trabajo de una mujer. Por lo demás, incluso si las cosas han ido cambiando, igual observamos que son pocas las mujeres que acceden a puestos de poder en las profesiones “mas prestigiosas”. El sector de la salud es un ejemple perfecto de esta doble división: si bien las mujeres son mayoritarias en el sector, pero son las que ocupan los puestos mas bajos de la jerarquía de las profesiones de la salud
En esta lógica las actividades que realizan las mujeres como por ejemplo las que están vinculadas a los cuidados se basan pues en lo que las mujeres «son» y no en lo que las mujeres «hacen». Por este motivo que en el sector de la salud la feminización rima con la desvalorización y es por este motivo que, a igualdad de diplomas, los trabajos técnicos son mejor remunerados que los de salud porque efectivamente la naturaleza en las mujeres, puede indudablemente provocar la admiración o incluso una forma de respeto, pero no puede considerarse como una competencia que se construye. Son los efectos los perversos de oficios de la salud que se sostienen en el uso simbólico de las diferencias supuestamente “naturales” en hombres y mujeres.
En el campo de la salud, estas relaciones de género entre hombres y mujeres pueden tener un impacto concreto en la forma de tratar y recibir tratamiento. Las interacciones paciente-cuidador son, de hecho, diferentes según los sexos respectivos de los dos actores (Roter y Hall, 2004). Durante las consultas, por ejemplo, los médicos tienden a interrumpir a sus pacientes mujeres más a menudo que a sus pacientes porque, muy a menudo, los pacientes tienen más dificultad para explicar sus síntomas, necesidades y aprensiones en un discurso que corresponde a la norma (Todd 1989).
Abogar por la inclusión de consideraciones el género en el desarrollo de las políticas de desarrollo se ha articulado en torno a dos argumentos principales.
En primer lugar, la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas es una cuestión de derechos humanos fundamentales y un objetivo de desarrollo en sí mismo:
Es justo dar a la mitad de la población humana las mismas oportunidades y la plena participación en los derechos sociales, económicos, políticos y civiles. El segundo argumento enfatiza que la igualdad de género es un instrumento y un requisito previo para el logro de otros objetivos de desarrollo: mejores oportunidades para las mujeres y las niñas pueden aumentar la productividad general, acelerar crecimiento económico, fomentando instituciones más fuertes representativos y contribuir a mejores resultados para todo.
Más allá de las cifras las intervenciones que promueven la participación política de las mujeres suelen centrarse en llevar a la mujer a los cargos públicos, principalmente mediante sistemas de cuota y en la creación de capacidades para mujeres líderes. Sin embargo, un mayor número de mujeres en cargos públicos no garantiza una influencia importante de las mujeres sobre la toma de decisiones ni garantiza decisiones políticas que amplíen los derechos de la mujer o mejoren la situación de la igualdad de género. Las mujeres no son un grupo homogéneo, sino que provienen de posiciones sociales muy variadas en función, por ejemplo, de la clase, etnia y religión. Aumentar la representación y participación de las mujeres en los gobiernos no es, únicamente, un asunto de cantidad e influencia. Tiene que ver, también, con la necesidad de abordar los intereses estratégicos de las mujeres y la igualdad de género en las decisiones políticas y en la asignación de recursos, logrando que se usen como medios para dar más respaldo a los derechos de las mujeres en general.
Numerosas publicaciones han analizado las interrelaciones entre, por una parte, los resultados y desempeño macroeconómico y por otra la igualdad de género. Han analizado cómo la desigualdad de género puede afectar el crecimiento y el desarrollo y, por lo tanto, cómo el crecimiento económico puede influir en la dinámica de género. Las pruebas empíricas de esta causalidad mutua entre la economía y el género, también conocida como “la relación bidireccional” o a “doble sentido”, arrojó resultados contrastados, mostrando que los resultados dependen en gran medida del contexto y la posición de las mujeres en la economía. Considerando por un lado la causalidad bidireccional (resultados macroeconómicos sobre la igualdad de género), se ha argumentado que las políticas económicas pueden, o reducir o amplificar las desigualdades de género existentes. Por ejemplo, cuando las políticas macroeconómicas van acompañadas de recortes en el gasto público (en educación, servicios sociales o atención de la salud), las mujeres pueden verse más afectadas en su rol de usuarias de los servicios públicos, ya que su carga de cuidados puede aumentar en consecuencia. De la misma manera, la disminución del empleo resultante de la contracción del comercio puede afectar de manera desproporcionada a las mujeres en los sectores intensivos en empleos de mujeres, lo que va en detrimento de la igualdad de género.
Conclusión:
A diferencia del término sexo, que alude a la diferencia biológica entre el hombre y la mujer, género hace referencia al significado social de la diferencia biológica entre los sexos. Este significado se asocia con la construcción social de esferas de actividad masculinas y femeninas, cuya diferenciación se traduce en asimetrías institucionalizadas entre hombres y mujeres en el acceso a los recursos y en el poder sobre ellos. El objeto de interés en materia de género no son la mujer o el hombre, per se, sino las relaciones de desigualdad social entre ellos y el impacto que esta desigualdad ejerce sobre la vida de las personas. Es importante destacar que no toda desigualdad en salud entre mujeres y hombres implica inequidad de género; este concepto se reserva para aquellas desigualdades que se consideran “innecesarias, evitables y, además, injustas” y que se asocian a desventajas sistemáticas en el plano socioeconómico. Operacionalmente, la equidad de género en salud no se traduce en tasas iguales de mortalidad y morbilidad en mujeres y hombres, sino en la eliminación de diferencias remediables en las oportunidades de disfrutar de salud y de no enfermar, discapacitarse o morir por causas prevenibles. Asimismo, la equidad de género en la atención de la salud no se manifiesta en cuotas iguales de recursos y servicios para hombres y mujeres; exige, por el contrario, que los recursos se asignen y se reciban diferencialmente, de acuerdo con las necesidades particulares de cada sexo y en cada contexto socioeconómico.
La equidad de género en el acceso a la atención supone, entonces, que:
• los recursos de atención se asignen diferencialmente según las necesidades particulares de mujeres y hombres;
• los servicios se reciban de acuerdo con las necesidades de cada sexo, y
• los servicios se paguen según la capacidad económica de las personas, no según la necesidad o riesgo diferencial por sexo.